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Vacaciones de uno mismo

Jim Carrey nos hace pensar en quiénes somos realmente en el documental «Jim y Andy»

El otro día vi Jim y Andy, un documental que recoge lo sucedido durante el rodaje de la película Man On The Moon. En él, la frontera que separa lo real de lo que no lo es tanto es tan difusa como la que en nuestra mente separa pasado y presente. En Man On The Moon, Jim Carrey es Andy Kaufman: un cómico ya fallecido, exponente del movimiento llamado anti-humor, capaz de poner patas arriba las estructuras establecidas; cada vez estoy más de acuerdo con esto de no dar por bueno aquello que se supone que hemos de pensar, con no acatar sin cuestionárnoslo lo que esperan que hagamos. Jim Carrey no se limita a interpretar a Andy Kaufman, va más allá, se convierte literalmente en Kaufman todos los días (y todo el día, sueños incluidos al parecer); saca de quicio constantemente al director Milos Forman al que solo le queda suplicarle que, aunque solo sea una vez, se ciña al guion.

A mí, sin embargo, por interesante que me resultase enterarme de lo que desconocía acerca de Man On The Moon, lo que más me gustó fue conocer mejor a Jim Carrey, comprobar qué hay en él realmente (o qué queda) del actor de Ace Ventura, La máscara y Dos tontos muy tontos, de aquel chico canadiense tan convencido de que iba a triunfar. Cuando estaba viendo Jim y Andy recibí un whatsapp de Fernando Serrano (apenas tengo noticias de él últimamente) que hizo que regresase a mi pueblo, a los noventa, a la década en la que se rodó Man On The Moon. Entonces, por sorprendente que resulte, Fernando tenía una galería de arte en la Plaza de la Iglesia de Moguer que cada año tenía su stand en ARCO. En las inauguraciones Fernando nos dejaba jugar al buscaminas y al pinball; recuerdo muy bien aquellas veces en las que exponía mi padre y nos juntábamos tantos amigos y familiares. Jugábamos al fútbol en la plaza, poco importaba que hubiese una fuente en medio del terreno de juego o que llevásemos los zapatos buenos. Una vez mi hermano, otros niños y yo hasta tuvimos la oportunidad de exponer allí nuestras pinturas y dibujos.

En Jim y Andy, Carrey dice no tener ahora ningún tipo de ambición. Es alguien que se cuestiona cosas como por qué lo que para él es lo abstracto (aquello a lo que pertenecemos: la familia, la religión, el país) nos viene dado o por qué aquello que más añoramos, liberarnos de lo que nos preocupa y aterra, solo sucede al morir. Jim Carrey se emociona al hablar de su padre, para él es un tío cojonudo, un cómico de un talento enorme al que solo el miedo a salir de Canadá (y el cuidar a su familia) le apartó de la fama; aunque bien es cierto que, a él, en un principio, el ver cumplidos sus sueños solo le trajo insatisfacción: por alguna razón, se sentía descorazonado. Pero Jim y Andy habla sobre todo de la identidad, de las vacaciones de sí mismo que se tomó Jim Carrey (tan prolongadas que le llevaron a olvidarse de qué pensaba sobre ciertos asuntos, aunque, eso sí, a la vuelta le aguardaban sus problemas anteriores). Me pregunto qué queda de la infancia, de la época de la Galería Fernando Serrano. Bueno, los videojuegos dejaron de interesarme, aunque jugar al fútbol y ver exposiciones me sigue gustando. Me viene a la mente una conversación en la que mi padre me venía a decir que quizá sea preferible sentirse querido que admirado.

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